La mitad de los plásticos que se recogen para ser reciclados en EE.UU. son exportados a otros países

La contaminación por plásticos es uno de los graves problemas ambientales y de los que más afecta a la vida marina. En el caso de EEUU, las medidas de reciclaje de estos productos no funcionan bien, puesto que la mitad de los materiales que se recogen son enviados a países de Asia para un supuesto reciclaje que no se lleva a cabo, asegura un informe recién publicado
Solo China, Indonesia, Filipinas, Tailandia y Vietnam arrojan al océano más desechos plásticos que todo el resto de países combinados. De hecho el plástico se ha vuelto tan importante que hasta tiene su propio continente. Una isla de entre siete y 17 millones de kilómetros cuadrados, dependiendo del criterio que se use para medir su concentración. Pero no toda la culpa recae exclusivamente en las economías encargadas de fabricar nuestros zapatos y nuestros teléfonos móviles; un estudio reciente, publicado en Science Advances, asegura que Estados Unidos ocupa también un lugar en el podio de los generadores de plástico marino. Concretamente, si tenemos en cuenta sus exportaciones de restos de plásticos a otros países, el tercer puesto.
“Durante años, buena parte del plástico que hemos puesto en el contenedor azul ha sido exportado para reciclaje a países que tienen dificultades en gestionar sus propios residuos, por no hablar de las cantidades mandadas por Estados Unidos”, declaró a Science Advances la doctora Kara Lavender Law, profesora de oceanografía de Sea Education Association y autora principal del estudio. “Y cuando consideras cuánto de nuestro desecho de plástico realmente no es reciclable porque es de bajo valor, está contaminado o es difícil de procesar, no es ninguna sorpresa que buena parte de él acaba contaminando el medio ambiente”.
La investigación conjunta de Sea Education Association, DSM Environmental Services, Ocean Conservancy y la Universidad de Georgia estima que la mitad de los plásticos que se recogen para ser reciclados en Estados Unidos son exportados a otros países: la inmensa mayoría, el 88%, a lugares que no tienen los instrumentos necesarios para reciclar los materiales, pero que aceptan acumular la basura ajena en sus vertederos a cambio de un precio. Al final, cada año en torno a un millón de toneladas de plástico estadounidense acaba en el agua.
El imperio oceánico de los plásticos, por tanto, sigue creciendo, y para 2050, según los cálculos del Foro Económico Mundial y de la Fundación Ellen MacArthur, en el mar habrá más toneladas de plástico que de peces. La cantidad actual se estima en unas 100 millones de toneladas, desde envases a bolsas, envoltorios del bocadillo, cajas de juguetes, colillas, botellas, vasos de café y redes de pesca abandonadas. Estos serían los ejércitos marinos del imperio del plástico, cuya letal infantería son las pajitas: tan pequeñas que se escurren del proceso de reciclaje, se mezclan con otros desechos y llegan masivamente a las aguas. Una vez allí, las pajitas se van descomponiendo en pequeñas fibras y filamentos que llamamos “microplásticos”. Suelen tener el tamaño de una lenteja y absorben como una esponja distintos productos químicos, pesticidas y metales pesados que envenenan a los océanos y a sus habitantes. Los microplásticos suelen encontrarse, también, en las playas y en el interior de todo tipo de animales marinos.
Estas fibras están tan presentes que hasta cambian el curso de las investigaciones universitarias. Varios científicos de la Universidad de Alaska empezaron a estudiar en 2009 a las aves marinas de las Islas Aleutianas. Una de cada cinco de las 200 aves estudiadas al principio del estudio tenía microplásticos en su estómago. Los años de observación aportaron conclusiones preocupantes. Las gaviotas o los frailecillos, por ejemplo, pueden quedarse con el microplástico atravesado en el sistema gastrointestinal, de manera que no son capaces de ingerir comida y se mueren de hambre. Otro de los problemas eran los ftalatos: unos químicos que se usan para reblandecer o flexibilizar los plásticos, y que terminan adheridos a los tejidos musculares de las aves, afectando, a veces, a sus capacidades reproductivas, ya que es conocido que tienen una afectación notoria sobre el sistema endocrino. Estos desperdicios, ingeridos también por los peces, pueden incluso modificar el comportamiento. Los peces que comen microplásticos se vuelven más atrevidos, nadan más lejos y se ponen en el punto de mira de los depredadores. La razón, según un estudio publicado en la británica Proceedings of the Royal Society B, es que el plástico engaña a los peces. “Su estómago les dice ‘estás lleno’, pero su cerebro dice ‘necesitas nutrición’, explicó a The Guardian el profesor Mark McCormick, responsable del informe.
Otras grandes empresas, como la cadena de cafeterías Pret-A-Manger o las hoteleras Hyatt, Hilton y Marriott International, además de Royal Caribbean, American Airlines y otras, han prometido prescindir o al menos limitar el uso de pajitas en sus negocios. Una docena de ciudades en California, siempre a la vanguardia americana de las políticas ambientales, las han prohibido. El problema es que, según diferentes estudios, prohibir las pajitas no es suficiente, como tampoco es suficiente prohibir el uso de las bolsas. De todos los plásticos producidos desde 1950, menos de un 10% han sido reciclados. La inmensa mayoría ha terminado incinerado o en montañas de residuos. Más que una cuestión material, a veces es un problema psicológico, de rutinas formadas a lo largo de las décadas.
[Esta noticia fue publicada originalmente en El Ágora. Leer el original aquí]


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