El maná económico que se esconde en la basura tecnológica

Pocos recordarán, y otros no conocerán, que las cerca de 5.000 medallas de oro, plata y bronce que se entregaron en los pasados Juegos Olímpicos de Tokio se fabricaron a partir de casi 80 toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (conocidos como RAEE). Fueron donados durante años por ciudadanos nipones en miles de municipios de Japón. Entre esa basura electrónica había millones de móviles, ordenadores, tabletas, pulseras y relojes inteligentes hasta frigoríficos y lavadoras. De todo ese amasijo se obtuvieron 32 kilos de oro, 3.500 de plata y más de 2.000 de bronce.
No se trata de un hecho puntual y puramente anecdótico, porque esa E-basura (o E-waste por su terminología inglesa) crece cada año, y en los últimos de forma vertiginosa, como también lo hace la preocupación y el interés por reutilizar, recuperar y reciclar esos materiales. Según The Global E-waste Monitor 2020, un informe de referencia elaborado por varias instituciones internacionales –entre ellas la Universidad de Naciones Unidas (UNU)–, en 2019 se alcanzó el récord de residuos de aparatos eléctricos: 53,6 millones de toneladas, un 21% más que cinco años atrás. Para hacerse una idea, es el equivalente a 350 cruceros del tamaño del Queen Mary 2. Con ello se perdieron 57.000 millones de dólares en oro, plata, platino, cobre y otros materiales recuperables, que fueron desechados o quemados.
Las previsiones apuntan que en 2030 estos residuos alcanzarán los 74 millones de toneladas y en 2050 más de cien. Unas estimaciones que quizás se queden cortas por el gran salto tecnológico experimentado a partir de la pandemia. Ahora, más que nunca, hacemos un uso intensivo de la tecnología. Un hecho que unido a la obsolescencia programada y a que renovamos cada vez con más frecuencia nuestro dispositivos, cabe pensar, como ya advierten muchos, que tras los plásticos, la siguiente ola de basura será la de residuos eléctricos y electrónicos.
España no es ajena a esta tendencia. Con datos de Recyclia (entidad administradora de las principales fundaciones medioambientales españolas dedicadas al reciclaje de residuos electrónicos y pilas) en 2019 se pusieron en el mercado 900.000 toneladas de aparatos electrónicos, lo que representa un 25% más que en 2018. Así se comercializaron 734 millones equipos. La mayor parte (73%) para uso doméstico.
Después de su reutilización (dar una segunda vida a los aparatos electrónicos) y de su recuperación (de piezas que todavía funcionen), el reciclaje es el último paso. Que ahora se pone en valor. De hecho, el informe de la ONU señala que recuperar las materias primas que contienen los aparatos electrónicos para fabricar nuevos dispositivos y otros productos daría un gran impulso a la economía circular. Eso significa generar nuevos modelos de negocio y empleos. «La reutilización, recuperación y reciclaje de los RAEEs es un filón para la creación de empleo y nuevas empresas. Y en concreto el reciclaje puede generar la instalación de nuevas plantas, impulsar nuevos procesos tecnológicos y captar inversiones. Y en el caso de España podemos exportar toda esta actividad a Latinoamérica, donde crece el interés por estos residuos», cree José Pérez, CEO de Recyclia.

Beneficios de separar componentes valiosos

Reciclar esos residuos traería consigo otros muchos beneficios. Si se hace bien, se evitaría contaminar nuestro entorno de sustancias peligrosas (como el mercurio, el plomo, el cadmio o el níquel) que contienen los aparatos electrónicos. Además de aprovechar recursos naturales que son finitos. «Ahora desperdiciamos materiales que pueden ser introducidos de nuevo en el ciclo productivo. A nivel global, cada año se pierde el valor económico del PIB de Eslovenia y Lituania», estima Rafael Serrano, director de Relaciones Institucionales, Marketing y Comunicación de la Fundación Ecolec, un sistema de gestión colectiva creado por las asociaciones empresariales de fabricantes e importadores de grandes y pequeños electrodomésticos.
Y no solo eso, de los residuos electrónicos se pueden extraer materias primas que son críticas para Europa. Es decir, minerales y metales por los que el Viejo Continente depende de terceros países y son necesarios para la fabricación de aparatos electrónicos. Es el caso de las tierras raras, que vienen de China. Por ejemplo, elementos como el iterbio y el terbio permiten un mayor almacenamiento en nuestros móviles, que son dispositivos de muy reducido tamaño. «La UE ha puesto énfasis en la recuperación de materiales estratégicos», cuenta Jordi Julián Pidevall, director de Desarrollo de Negocio de Ecotic, una entidad sin ánimo de lucro que coordina la gestión de los residuos de RAEEs. «Si se produce un proceso de deslocalización y volvemos a tener empresas productivas más cerca, en países del Este de Europa y en Turquía, cobra más importancia aprovechar estos residuos para extraer materiales escasos e imprescindibles en el desarrollo de productos tecnológicos», considera Rafael Serrano.
Alicía Gracia-Franco, directora general de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER), lo ilustra con un ejemplo: «El reciclaje de placas electrónicas y componentes para obtener metales preciosos requiere de alto conocimiento y elevadas inversiones. Además se precisa gran cantidad de placas para que el proceso sea rentable a nivel industrial. Por eso hay muy pocas plantas en Europa. España exporta estas placas a Bélgica». Es un proceso largo. «Los circuitos de los móviles tienen mucho valor en el mercado porque se puede recuperar el paladio y el coltán que son minerales con alto valor. Las plantas de Bélgica y Escocia extraen el circuito soldado a la placa. Este luego se envía a otra planta en Canadá para obtener los metales preciosos». Entonces, ¿donde está el negocio? «En España no tenemos capacidad tecnológica instalada para hacer ese proceso de separación. Extraemos las placas base pero no se regalan. Se recibe un precio por ello, por tanto aprovechamos el valor económico», señala Rafael Serrano.
Aquí se queda el hierro, estaño, cobre y aluminio que se obtiene de los residuos RAEEs. También vidrio y plásticos. «Tenemos fundiciones para transformar estos metales y generar nuevos productos», dice Rafael Serrano. Y eso parece más rentable. «Por volumen tiene más peso un frigorífico de 70 kilos, que se aprovecha el 95% de sus materiales, que la placa base de un ordenador o un móvil», considera. De hecho, el 37% del aluminio y el 40 % del acero consumido en Europa no proviene de una mina sino de material reciclado, según la FER.
Pero en estos casos tampoco son procesos sencillos. Los aparatos eléctricos contienen sustancias nocivas y dañinas para el medio ambiente (cadmio, mercurio, plomo, fósforo…), que hay que tratar de forma adecuada. «En un frigorífico hay que retirar el aceite del compresor. El aparato está recubierto de una espuma con gases de efecto invernadero. Hay que introducirlo en una cámara para su descontaminación. Eso también necesita millones de inversión», dice Serrano.
El reciclaje de plásticos tecnológicos es el otro campo en el que se está trabajando. «Se van generando nuevos procesos para separar y reciclar más y mejor estos plásticos, que tienen muy diferente tipología. Y están apareciendo empresas que realizan estos procesos», afirma Pidevall.

¿Cómo se gestionan los RAEE?

De los residuos de AEEs se encargan los Sistemas Colectivos de Responsabilidad Ampliada del Productor (SCRAP), como Recyclia, Ecotic o Ecolec. «Todos los sistemas recuperamos en torno a un 50% (la legislación exige ahora un 65%) de lo que se pone en el mercado. Hay otra mitad que se quedan en casa o va a parar a los vertederos o acaban en chatarrerías o en el tráfico ilegal de residuos», indica Serrano.
Estos residuos se recogen en puntos limpios, establecimientos comerciales o en las plataformas logísticas para su almacenaje, clasificación y posterior tratamiento en plantas de reciclaje. «Las plantas intentan recuperar lo máximo posible para vender como subproducto. Por ejemplo, los gases de un aparato de aire acondicionado se reutilizan para otro aparato, después de un proceso de limpieza», cuenta Pidevall. Toda una industria a la que le queda camino por recorrer y que puede ser un filón para crear nuevos negocios de economía circular.
Los Sistemas Colectivos de Responsabilidad Ampliada del Productor (SCRAP) se encargan del reciclaje de los RAEE. Se trata de organizaciones sin ánimo de lucro constituidas por los fabricantes e importadores de aparatos eléctricos y electrónicos. Según el Real Decreto 110/2015 que regula los RAEE, es el propio productor del aparato el que debe financiar la gestión de dicho residuo. «Los fabricantes pagan un coste de gestión en función de lo que ponen en el mercado y los SCRAP somos los que gestionamos esos residuos», dice Rafael Serrano, de Ecolec.
[Este contenido procede de ABC. Lee el original aquí]

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