El 75% de los jóvenes teme que la crisis climática arruine su futuro

La crisis climática también es una crisis de salud mental. La angustia por el deterioro imparable de la naturaleza, o ecoansiedad, es un problema psicológico emergente no solo entre los científicos que intentan convencer cada día con datos sobre la necesidad de actuar contra esta emergencia mundial, sino también para una población general que se ve impotente ante un calentamiento global cuya magnitud es difícil de abarcar. Sobre todo, para esas generaciones más jóvenes que observan impotentes como el tiempo pasa sin que tomen decisiones concretas para salvar un futuro que les pertenece pero sobre el que todavía no tienen poder de decisión. Una reflexión que es, además, impresionantemente consensuada entre toda una generación: según los resultados preliminares de un estudio publicado en la prestigiosa revista médica The Lancet, en el que se ha entrevistado a más de 10.000 personas de entre 16 y 25 años, el 84% de los jóvenes están “al menos moderadamente preocupados” y casi el 60% “muy o extremadamente preocupados” por el futuro que anuncia el cambio climático.
El estudio refuerza de manera decisiva el concepto de angustia climática, que hasta ahora había sido un campo de investigación con cada vez más relevancia en el mundo de la psicología pero que contaba todavía con escasos esfuerzos cuantitativos. Por eso los esfuerzos de los investigadores de la Universidad de Bath son tan relevantes: 10.000 personas en 10 países diferentes en una muestra estadística significativa que permite obtener conclusiones bastante acertadas sobre el estado mental de la juventud. Y el panorama que dibujan no es bueno: el miedo a una vida peor por culpa del cambio climático es real y afecta negativamente al día a día de muchas personas de entre 16 y 25 años.
En concreto, más allá de la preocupación general que expresan la mayoría de los encuestados, son los sentimientos subjetivos que despierta la emergencia climática los que mejor explican esta angustia generacional. El 75% siente que el futuro puede ser “aterrador” y más de la mitad afirmó sentirse triste, ansiosa, impotente, indefensa y culpable por el clima, mientras que los sentimientos menos mencionados fueron el optimismo y la indiferencia. Además, más del 45% aseguró que sus sentimientos sobre el cambio climático afectan negativamente su vida diaria y su funcionamiento, mientras que un número similar reportó que cada día le llegan a la cabeza un gran número de pensamientos negativos sobre el cambio climático.
Es cierto que los psicólogos consideran a menudo que la depresión, la ansiedad y el pesimismo intenso sobre el futuro son fenómenos patológicos, pero los autores del estudio consideran que su investigación demuestra que la angustia por el cambio climático no es una locura, sino que incluso podría considerarse un signo de cordura, dada la extensión y ubicuidad del miedo al futuro entre los jóvenes. Esta es una respuesta mental emocionalmente sana. La realidad externa es cada vez más aterradora, por lo que me preocuparía que la gente no tuviera esta respuesta”, explicaba una de las autoras del estudio, Caroline Hickman, durante la presentación del mismo la semana pasada en un panel virtual.
Muchos jóvenes se sienten traicionados y decepcionados por las respuestas inadecuadas de su gobierno a la crisis climática: de hecho, cuanto más angustiados estaban por las políticas ambientales, más intensa era su ansiedad climática. “La crisis climática en sí misma es una carga que podemos manejar. Lo que no podemos manejar es la inacción de los gobiernos en todas partes. Es inaceptable, es imposible de llevar, sabiendo que nuestro futuro está en juego, y nuestro presente está en juego, sabiendo que pasaremos cada año de vida dentro de una crisis climática cada vez mayor, sin que ningún gobierno actúe adecuadamente”, explicaba en el panel virtual la invitada Luisa Neubauer, que a sus 25 años es fundadora y líder de Fridays for Future en Alemania.
Precisamente, esta angustia climática combinada con esta percepción de inacción está quizás detrás del auge en los últimos años de los movimientos jóvenes de protesta, que aunque ha visto su empuje algo rebajado por la pandemia de coronavirus, tuvo un 2019 y comienzo de 2020 de auténtica explosión que ahora están intentando recuperar. Y la ansiedad por el futuro está en el centro de sus reclamaciones: hace algo más de un año seis jóvenes en Portugal presentaron una demanda en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el que acusaban por inacción ante el cambio climático a los gobiernos europeos no han hecho lo suficiente para proteger su bienestar físico y mental. 
[Esta noticia fue publicada originalmente en El Ágora. Lee el original aquí]


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